La idea del activista Patrick Geddes que se hizo eslogan mediambiental, dicen, en boca de David Brower, nos sirve para poner la sintonía, en cierto modo paródica, a una de las múltiples paradas que han tenido nuestras vacaciones. Ese «Piensa global, actúa local» nos llevó de planear un viaje familiar al extranjero para satisfacer la curiosidad de los pequeños (y algunos grandes) sobre como se materializa el imperio Disney a, por múltiples y accidentales razones, quedarnos en la Península, en el olvidado Teruel y su fantástico parque temático Dinópolis.
Puede que fueran los azares de la vida pero el resultado, lejos de decepcionar, nos satisfizo mucho más y estuvo, desde luego, mucho más acorde con nuestra ideología vital. Para empezar porque nos demostró, una vez más, que para disfrutar de un entorno maravilloso, lleno de posibilidades naturales y culturales, y de toda la diversión que puede dar un parque temático, no hace falta irse muy lejos ni quemar carburante.
Desde la estupenda casita rural El Tilo, en Rubiales, a la visita guiada en Albarracín para conocer los pormenores de construcción de la coqueta ciudad y visitar su casa museo que tiene la huella de varios siglos y generaciones que han pasado por ella (desde mobialiario del siglo XVII a una nevera de los años 60) . También el museo minero de Escucha para aprender los pormenores y la dureza de la vida de sus trabajadores (ojo, a su restaurante frente a un parque, perfecto para familias con niños inquietos) o Territorio Dinópolis, las distintas «hermanas pequeñas» de Dinópolis, diseminadas por todo Teruel (en los pueblos que conservan yacimientos paleontológicos: Ariño, Castellote, Galve, Peñarroya de Tastavins, Rubielos de Mora, Albarracín o Riodeva).
Yendo con niños, la joya de la corona turolense en, sin lugar a dudas, Dinópolis: un museo que se a atrevido, además, a ser parque temático. Y es que solo su museo, con tres plantas y decenas de reproducciones de esqueletos de dinosaurios y otros animales contemporáneos (mamuts, dientes de sable, osos, etc.) es uno de los museos paleontológicos más grandes de Europa y solo por él podría justificarse la existencia de Dinópolis. Pero es que también acompañan varios espectáculos de teatro (musical, marionetas, luz negra), películas en 3D, la paleosenda (con reproducciones a tamaño real de dinosaurios), atracciones en barco y coche para «viajar en el tiempo» y ver de primera mano el paso de las edades (jurásico, triásico, etc.) y la aparición del hombre a la Tierra, un parque con tobogán gigante y un amonites laberíntico para meterse dentro, exposiciones sobre diversos temas «dinosáuricos», una zona de atracciones para los más pequeños, etc. Eso sí, es llamativa la falta de información de la propia página oficial sobre lo que puede verse en Dinópolis.
Todo con un mesurado equilibrio entre la información y el divertimento. No hay que olvidar que Dinópolis tiene vocación educativa y que entre sus muros los paleontólogos de verdad trabajan con los fósiles encontrados en los yacimientos. Lo más sorprendente es que no estuviera abarrotado y los niños pudieran montar una y otra vez en las atracciones. Para nosotros fue un placer disfrutar sin abarrotamientos de esta joya, pero suponemos que los turolenses tienen razón al recordarnos que «Teruel existe». ¡Y vaya si existe! No fuimos de allí con ganas de volver pronto; tantos y tantos carteles de lagos, piscinas naturales, yacimientos paleontológicos, pinturas rupestres, etc. que nos salían por los preciosos caminos que recorrimos en aquellos días.
Este viaje nos confirmó que, a menudo, pensamos y planeamos con más facilidad sobre lo que está lejos, cuando tenemos maravillas así tan cerca. Así pues, que nuestra visión global no haga olvidar nuestro compromiso local.
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